jueves, 14 de julio de 2011

Vi un árbol morir.


 Doce años tenía. Cuatro cuando llagué a la casa. Miraba por la ventana y él estaba siempre ahí, parado, como si supiera la paz que emanaba, lo agradable que era a la vista, a la mente, y cuánto tocaba el alma. La semilla creció para ser la casa de muchos y fue paisaje para otros tantos. Pero como todo en esta vida, le tocó. Le tocó ser reemplazado por mucho menos. Ladrillo sobre ladrillo, fruto de mucho ruido y pocas pizcas de paz. Sigo mirando, se ve que no lo eliminé en los archivos de mi mente. Claro que no. Ahora reposa en la vereda, sus restos en realidad. Y yo sigo mirándolo, como si se fuera a rebobinar la cinta, como si fuera a volver. 
Vi un árbol morir, y fue un momento crítico en mi vida. No lo pasé nada bien. No lo disfruté, no lo gocé. De tantas cosas inhumanas que hacemos, la resalto de la lista. Yo planté un árbol. Y no fue buena idea que maten otro.













                                          No sólo un árbol es talado.




No hay comentarios:

Publicar un comentario